miércoles, 4 de diciembre de 2013

DEFINIENDO EL JAZZ

El Jazz en Bogotá, un género de buenos conceptos.


No es uno de los géneros musicales más populares en Bogotá, pero el evento de Jazz  logró despertar en los asistentes, sin importar si era el primer encuentro con el Jazz, muchas emociones que servían de referente para poderlo conocer.

Jazz al parque es un evento que lleva irrumpiendo desde 1996 en diferentes escenarios de la ciudad capitalina, para ofrecer a los habitantes la opción de acercarse a un género musical que normalmente no se encuentra en cualquier emisora, o canal de videos, o en los semáforos en cd´s de tres por cinco mil. El Jazz ha logrado un espacio anual en Bogotá, que en este año cumplió su edición XVIII en el parque  Metropolitano el Country.

Entre gente acostada en un inmenso tapete, y otros sentados o acomodados sobre las piernas de sus acompañantes, se encontraba Simón, un niño de 12 años, que al preguntarle qué pensaba del Jazz, si le gustaba o no, él sin titubear responde:  “sí me gusta, el Jazz es música para liberar el alma y estar tranquilo”.




Eduardo Corredor, presentador de los festivales al parque, se muestra contento al ver el aforo que tiene el evento, pues ya para las 3 de la tarde había ascendido a 700 personas según uno de los encargados en la logística de la entrada al parque. Corredor reconoce que el jazz aún no es muy popular en Bogotá, a pesar de los 18 festivales ya realizados en torno a este género, atribuyéndole este hecho a que las personas piensen que este movimiento musical es de Elite, en otras palabras, para estratos altos, afirmando que “en los 80`s el Jazz era integral en la escena nocturna en los bares de Bogotá” la rumba, la farra, la juerga, la verbena, como quieran llamarlo, le pertenecía al jazz, y por lo que veía fue una buena época.

Volviendo al público me encuentro con Jorge, un hombre que disfruta del evento en compañía de su esposa y sus dos hijos, dando suaves palmadas al piso con los pies, con los hombros encogidos, una sonrisa no muy consciente de esas que se escapan de placer, me dice que le gusta la música en general aunque no en sitios masivos, sin embargo, para él los festivales de Jazz son lugares muy adecuados en donde hay espacio para todos,  en ese momento interrumpe Gloria,su esposa, moviendo la cabeza apaciblemente adelante y  atrás, adelante y atrás sin cesar, diciendo que lo mejor del Jazz es la inspiración, la armonía y la paz, mientras que Nicolás, uno de los niños, entre tímidas risas se acerca al micrófono y  manifiesta: “a mí me gustaría seguir viniendo siempre”.

El día siguió yéndose a espaldas del público que lo ignoraba, y cada vez se veía más y más gente agolparse bajo el techo de lo que normalmente es una cancha de Vóley playa, pero que ese día se prestaba para ser el escenario de la improvisación, pues uno de los conceptos que tiene el Jazz es la de ser el género de la improvisación por excelencia, concepto que quedaba comprobado al ver a Byron Sánchez Cuarteto en acción, cuando faltaban cuatro minutos para terminar su tiempo de presentación, los músicos comenzaron a tocar sin parar, se hablaban a través de miradas que podría interpretarse como “siga usted” y entonces alguno de ellos desplegaba todo su talento en un solo con su instrumento pero acompañado de la satisfacción de la que gozaban los asistentes, y claro, siempre del lado del Contrabajo, cual esqueleto sobre el que se articulan los demás instrumentos como extremidades en un cuerpo musical.

Sin embargo frente a tal Festival existía también el descontento: “La crítica que yo hago frente a este evento es la ubicación. Me parece que al dejarlo en este lugar se hace menos asequible que personas de estratos más bajos puedan venir a este evento.” Son palabras de Andrés Felipe, uno de los asistentes que vive en el barrio La Andrea en la localidad de Usme, más o menos a 28 kilómetros de allí, pero que hizo el esfuerzo, verdadero esfuerzo teniendo en cuenta el tráfico capitalino, de viajar casi dos horas, para poder ver a Steve Coleman, “el plato fuerte” de ese día.       



 

Hubo un momento en que la euforia se apoderó del público, la razón de tal sentimiento era la banda FatsO, una banda que se tomaba la tarima hacía las 5 de la tarde, pero que tenía una particularidad con respecto a las bandas que ya habían hecho su exposición, y es que en FatsO sí cantaban. La fuerza en la voz de Daniel Restrepo logró poner a muchos en pie y sacudir un rato el cuerpo,  pero ninguno como lo hacía Carmen ILish, una mujer que saltó, bailó y gritó cada una de las canciones de la banda, conducta que se hace obvia al saber que Daniel Linero, uno de los saxofonistas de la banda, es su hijo, su ídolo.  Aunque ellos no son una banda propiamente de Jazz sino de Blues, lograron ser un punto diferente en un evento en el que hasta ahora la voz era llevada por el saxofón, el piano, o violín.

“El músico de Jazz es el más versátil” son palabras de Eduardo Corredor al nombrar algunas características del Jazz, citando para cada una de ellas un artista o una banda diferente, nacional o internacional, clásica o contemporánea, reconocida o underground, un hombre que sin duda es todo un erudito de la música. Concluye diciendo, “el jazz es libertad”, algo que ratifica Daniel Restrepo al expresar que este género no es milimétricamente calculado sino algo totalmente espontáneo.

Ya con el tapete inmenso lleno de gente, incluso hasta gran parte de la zona verde del parque, donde curiosamente se practica el deporte Ultimate no muy popular al igual que el jazz, estaba ya ocupada, al escenario llegó, por fin, uno de los artistas más esperados, Steve Coleman, artista que con su show, detallando las caras de los asistentes al evento, era todo un deleite poder escucharlo. Tocó durante hora y media con la mejor energía, sólo interrumpido por los masivos aplausos que el respetable le brindaba. Momentos antes de terminar su intervención como hacia las 7:15 pm la iluminación falló y el escenario quedó totalmente oscuro, no importó, porque el sonido se mantuvo, Coleman siguió el compas en una intima conexión con el público, la trompeta apareció para dar calor al subir el ritmo y contagiar a todo el mundo entre el baile y la parsimonia. 


Terminaron sobre las 7:30 con la plena seguridad de haber enamorado a los asistentes, para darle pasó a la banda de cierre ese día, la Big Band Bogotá, que con cerca de 30 músicos en escena acompañó hasta las diez de la noche a los más de 3000 asistentes, con un espectáculo que sería como el resumen de todo lo que había pasado en tarima.

Así, se despidió ese día el evento, las bandas, los jóvenes, los adultos, los niños, los seguidores, los expertos y los novatos que como yo iban en busca de la definición del Jazz y se encontraron una fiesta, con el baile, la quietud, la espontaneidad, la improvisación, la alegría, y como muchos lo expresaron al definirlo, la libertad.























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