miércoles, 4 de diciembre de 2013

DEFINIENDO EL JAZZ

El Jazz en Bogotá, un género de buenos conceptos.


No es uno de los géneros musicales más populares en Bogotá, pero el evento de Jazz  logró despertar en los asistentes, sin importar si era el primer encuentro con el Jazz, muchas emociones que servían de referente para poderlo conocer.

Jazz al parque es un evento que lleva irrumpiendo desde 1996 en diferentes escenarios de la ciudad capitalina, para ofrecer a los habitantes la opción de acercarse a un género musical que normalmente no se encuentra en cualquier emisora, o canal de videos, o en los semáforos en cd´s de tres por cinco mil. El Jazz ha logrado un espacio anual en Bogotá, que en este año cumplió su edición XVIII en el parque  Metropolitano el Country.

Entre gente acostada en un inmenso tapete, y otros sentados o acomodados sobre las piernas de sus acompañantes, se encontraba Simón, un niño de 12 años, que al preguntarle qué pensaba del Jazz, si le gustaba o no, él sin titubear responde:  “sí me gusta, el Jazz es música para liberar el alma y estar tranquilo”.




Eduardo Corredor, presentador de los festivales al parque, se muestra contento al ver el aforo que tiene el evento, pues ya para las 3 de la tarde había ascendido a 700 personas según uno de los encargados en la logística de la entrada al parque. Corredor reconoce que el jazz aún no es muy popular en Bogotá, a pesar de los 18 festivales ya realizados en torno a este género, atribuyéndole este hecho a que las personas piensen que este movimiento musical es de Elite, en otras palabras, para estratos altos, afirmando que “en los 80`s el Jazz era integral en la escena nocturna en los bares de Bogotá” la rumba, la farra, la juerga, la verbena, como quieran llamarlo, le pertenecía al jazz, y por lo que veía fue una buena época.

Volviendo al público me encuentro con Jorge, un hombre que disfruta del evento en compañía de su esposa y sus dos hijos, dando suaves palmadas al piso con los pies, con los hombros encogidos, una sonrisa no muy consciente de esas que se escapan de placer, me dice que le gusta la música en general aunque no en sitios masivos, sin embargo, para él los festivales de Jazz son lugares muy adecuados en donde hay espacio para todos,  en ese momento interrumpe Gloria,su esposa, moviendo la cabeza apaciblemente adelante y  atrás, adelante y atrás sin cesar, diciendo que lo mejor del Jazz es la inspiración, la armonía y la paz, mientras que Nicolás, uno de los niños, entre tímidas risas se acerca al micrófono y  manifiesta: “a mí me gustaría seguir viniendo siempre”.

El día siguió yéndose a espaldas del público que lo ignoraba, y cada vez se veía más y más gente agolparse bajo el techo de lo que normalmente es una cancha de Vóley playa, pero que ese día se prestaba para ser el escenario de la improvisación, pues uno de los conceptos que tiene el Jazz es la de ser el género de la improvisación por excelencia, concepto que quedaba comprobado al ver a Byron Sánchez Cuarteto en acción, cuando faltaban cuatro minutos para terminar su tiempo de presentación, los músicos comenzaron a tocar sin parar, se hablaban a través de miradas que podría interpretarse como “siga usted” y entonces alguno de ellos desplegaba todo su talento en un solo con su instrumento pero acompañado de la satisfacción de la que gozaban los asistentes, y claro, siempre del lado del Contrabajo, cual esqueleto sobre el que se articulan los demás instrumentos como extremidades en un cuerpo musical.

Sin embargo frente a tal Festival existía también el descontento: “La crítica que yo hago frente a este evento es la ubicación. Me parece que al dejarlo en este lugar se hace menos asequible que personas de estratos más bajos puedan venir a este evento.” Son palabras de Andrés Felipe, uno de los asistentes que vive en el barrio La Andrea en la localidad de Usme, más o menos a 28 kilómetros de allí, pero que hizo el esfuerzo, verdadero esfuerzo teniendo en cuenta el tráfico capitalino, de viajar casi dos horas, para poder ver a Steve Coleman, “el plato fuerte” de ese día.       



 

Hubo un momento en que la euforia se apoderó del público, la razón de tal sentimiento era la banda FatsO, una banda que se tomaba la tarima hacía las 5 de la tarde, pero que tenía una particularidad con respecto a las bandas que ya habían hecho su exposición, y es que en FatsO sí cantaban. La fuerza en la voz de Daniel Restrepo logró poner a muchos en pie y sacudir un rato el cuerpo,  pero ninguno como lo hacía Carmen ILish, una mujer que saltó, bailó y gritó cada una de las canciones de la banda, conducta que se hace obvia al saber que Daniel Linero, uno de los saxofonistas de la banda, es su hijo, su ídolo.  Aunque ellos no son una banda propiamente de Jazz sino de Blues, lograron ser un punto diferente en un evento en el que hasta ahora la voz era llevada por el saxofón, el piano, o violín.

“El músico de Jazz es el más versátil” son palabras de Eduardo Corredor al nombrar algunas características del Jazz, citando para cada una de ellas un artista o una banda diferente, nacional o internacional, clásica o contemporánea, reconocida o underground, un hombre que sin duda es todo un erudito de la música. Concluye diciendo, “el jazz es libertad”, algo que ratifica Daniel Restrepo al expresar que este género no es milimétricamente calculado sino algo totalmente espontáneo.

Ya con el tapete inmenso lleno de gente, incluso hasta gran parte de la zona verde del parque, donde curiosamente se practica el deporte Ultimate no muy popular al igual que el jazz, estaba ya ocupada, al escenario llegó, por fin, uno de los artistas más esperados, Steve Coleman, artista que con su show, detallando las caras de los asistentes al evento, era todo un deleite poder escucharlo. Tocó durante hora y media con la mejor energía, sólo interrumpido por los masivos aplausos que el respetable le brindaba. Momentos antes de terminar su intervención como hacia las 7:15 pm la iluminación falló y el escenario quedó totalmente oscuro, no importó, porque el sonido se mantuvo, Coleman siguió el compas en una intima conexión con el público, la trompeta apareció para dar calor al subir el ritmo y contagiar a todo el mundo entre el baile y la parsimonia. 


Terminaron sobre las 7:30 con la plena seguridad de haber enamorado a los asistentes, para darle pasó a la banda de cierre ese día, la Big Band Bogotá, que con cerca de 30 músicos en escena acompañó hasta las diez de la noche a los más de 3000 asistentes, con un espectáculo que sería como el resumen de todo lo que había pasado en tarima.

Así, se despidió ese día el evento, las bandas, los jóvenes, los adultos, los niños, los seguidores, los expertos y los novatos que como yo iban en busca de la definición del Jazz y se encontraron una fiesta, con el baile, la quietud, la espontaneidad, la improvisación, la alegría, y como muchos lo expresaron al definirlo, la libertad.























domingo, 3 de noviembre de 2013

HACER LO DIFÍCIL



Estaba allí meditabundo,  mirando a las nubes, ayudando a que el alzhéimer llegue pronto, porque según los doctores, el permanecer pensando en silencio es causal de la aparición del alzhéimer de manera más rápida. Era un día normal compartido con una persona en especial y con muchas otras en general.

Todo avanzaba  en aquella mañana de manera corriente, el complejo proceso de encender el carbón, el temblar del cuerpo con el constante abanicar de una tapa de olla para encender la llama o mantener la brasa, el común quemón al internar darle la vuelta a un plátano que ya está listo. Todo iba como debe ir un día de asado.

En algún momento caí en la cuenta de que ese día había presenciado algo de lo que considero el fundamento de una de mis convicciones más fuertes, algo que había dejado pasar mi simple mirar de las cosas pero que mi subconsciente se encargo de traer a la mente y ser plasmado en estas líneas posteriormente.

Él estuvo metido en todo, ayudó consiguiendo cualquier cosa para prender el fuego en el carbón, ayudó soplando con la tapa, jugaba, hablaba con todos con una gran afinidad. Tenía una gran voluntad para compartir y colaborar, cosa que se afirmó cuando contaron que ayudaba hace tiempo en un negocio familiar con los domicilios que solicitaban, sin descuidar sus estudios claro está; decía él en sus palabras: “yo terminaba de estudiar y me iba a ayudarles a mis papás llevando los pedidos en la cicla”. Él y sus padres contaron varias anécdotas sobre aquel negocio familiar, y en ninguna de ellas se notó que Nicolás, el niño de 13 años, manifestara que hubiera sido una obligación, siempre se apropiaba de los relatos dando a entender que era su voluntad estár presto para cualquier menester. Igual a como lo hacía en el asado.

Soy como muchos colombianos, creería que todos, el que quisiera que a diario las noticias dejaran de hablar de guerra, corrupción y pobreza, el que como muchos o todos los que viven en este país quiere un cambio, y ese cambio creo  que llega, no por las vías de hecho, sino por un cambio en la infraestructura del pensamiento de cada una de las personas, pero ¿Cómo hacer entender a un político que mientras él se dedica a la corrupción, su pueblo vive en miseria? Es mejor mantener en los niños como Nicolás el espíritu de la colaboración la honestidad y el respeto, niños como Nicolás son,  a mi modo de ver, la solución a un futuro que quizás no veré, pero en el cual trato de dejar una semilla por medio de un mensaje.

Enseñarles a los niños a hacer lo difícil es el mensaje, porque es muy fácil iniciar una pelea, lo difícil es contenerse, es fácil empezar a robar, lo difícil es tratar de conseguirlo honestamente, es más fácil pensar en llenarnos de armas y empezar una guerra por tomar el poder, porque como dice Residente el cantante puertorriqueño: “las balas son igual de baratas que los condones”, lo difícil es alejarse de ellas. El mundo está tan corrompido que lo más difícil es hacer algo diferente, la maldad se convirtió en la lógica, en un sentido común para los colombianos, y los niños lo perciben así. Niños como los de un colegio en Medellín a quienes preguntaron por Pablo Escobar, respondiendo no sólo conocerlo sino además de eso admirarlo y calificarlo de “Un Duro”, culpa  de los medios y del descuido de los padres, y de todo aquel colombiano que se dedique a alimentar a los medios con el llamado Rating observando tanta porno-novela o narco-novela, en donde los protagonistas son los malos, causando que los niños crezcan queriendo ser narcos. Hagamos lo difícil, no sigamos estos medios.

Familias como las de Nicolás en la que se ve un sincero amor y respeto por su hijo enseñándole con la conducta propia a no ser una persona deshonesta, son el cambio. Cada vez que podamos aconsejar algún niño o joven tomémonos la molestia de pedirle que haga bien las cosas, a no ser deshonesto, que no se sienta listo por la estupidez de hacer el mal a alguien más, de no negarse a ayudar cuando tiene todas las ventajas para poderlo hacer. Hay que creer en cambiar esa infraestructura del pensamiento colombiano del facilismo, pues si se mantiene en nuestro ser la bondad y honestidad de manera incorruptible podremos recuperar a futuro tanto de humanidad que hemos perdido.

Creo en Nicolás, en Jonathan, Fernanda, Mateo, Luceni, Laura, Esteban, Tatiana, Valery, Oscar, Juan, y tantos otros niños que conozco y que sé que hacen las cosas bien, son quienes me enseñan que en ellos el cambio social se puede lograr si entre todos mantenemos el carácter de hacer lo difícil. No es una solución inmediata pero es una parte necesaria para lograrlo, es la base, el fundamento de mi convicción, trabajar porque los niños no pierdan al crecer el sentido de compromiso y la humildad, para hacer de este mundo algo mejor.

En resumen, es a las familias, a  los colombianos que quieren un cambio, a quienes se hace el llamado de dar este mensaje y ser el ejemplo de ello: luchar  por mantener en los niños firme lo que conocemos como valores, para que al crecer no se desvíen por ese rumbo que habitualmente toman quienes llegan al poder olvidando hacer las cosas bien por los demás, de hecho, aprenden muy bien a hacer las cosas mal.

Es por los niños por quienes escribo arriesgándome a las críticas por pensar diferente, o por escribir algo mal, o redactar mal, pero aún así escribo, porque lo fácil sería no hacerlo.

jueves, 10 de octubre de 2013


ALMAS DE CUATRO PATAS


En el amor desinteresado de un animal, en el sacrificio de sí mismo, hay algo que llega directamente al corazón del que con frecuencia ha tenido ocasión de comprobar la amistad mezquina y la frágil fidelidad del Hombre natural.

Edgar Allan Poe.


Cuando le dijeron a Don Alejandro Riaño y a su familia, que los iban a dejar dos minutos solos para que hablaran en privacidad, él soltando varias lagrimas llenas de sentimiento y dolor respondió: “No mejor hágalo ya” y se dio vuelta soltando nuevas gotas que brotaban de sus ojos con un triste semblante. Mi madre Betty, quien era testigo del hecho, conmovida por el llanto de Alejandro derramo algunas lágrimas también.

El día era bastante frío, el cielo vestido con un manto gris sobre todo el firmamento, el pasto bastante húmedo acompañado de tierra fangosa, un aire con olor a tristeza y a campo, provocaban que la imagen se hiciera más melancólica. Llegó un visitante, que a diferencia de todos los que nos encontrábamos allí,  se veía mucho más feliz, sin importar que estuviera embarrado se movía de lado a lado, hasta que llegó a donde yo me encontraba, me miro de arriba abajo, me dio vueltas como buscando cualquier cosa que pareciera sospechosa, me olfateo, tuve que quitarme para que no me ensuciara, y hasta me ladró, era “Negro” uno de los perros que cuidaba aquel lugar.

Paladas de tierra comenzaron a caer sobre el ataúd de Coby Riaño, esta era la razón del llanto de Alejandro y doña Irma (su esposa), sus pelos ya pintaban algunas canas, como lo dice el famoso cantautor mexicano Vicente Fernández, ambos, calculo yo, de unos 60 años más o menos, distanciados en aquel momento, pero unidos por un mismo sufrimiento, la muerte de Coby, su hijito, quien un día inesperadamente no volvió a levantarse de su cama, ni siquiera, volvió a abrir los ojos. En frente de la tumba de Coby se encontraba otra también muy reciente, apenas un día atrás el 15 de septiembre del 2012, y respondía al nombre de Mateo Sánchez. Vi también las tumbas de Ruffito Vanegas Torres, muerto el 10 de abril de 2010, la de Nácar Castro Gómez muerto el 7 de noviembre del 2010. Estas y todas las demás tumbas muy bien cuidadas recordadas y adornadas en esos pequeños espacios  de 60 centímetros por 60 centímetros, aunque  existían otras más grandes, como la de Plutto, o la de Bebé, o la de bethoven, decoradas casi todas con remolinos de viento, pelotas, peluches, o huesos de juguete, como en la tumba de káiser el pastor alemán. Pues este no era un cementerio normal, de humanos no era, este era un cementerio de almas de cuatro patas, un cementerio de mascotas.    

Los primeros en habitar en Funevaret son insólitamente dos extranjeros: uno ecuatoriano y uno peruano, aunque bueno los extranjeros no eran precisamente ellos sino sus dueños, así me lo explicó Raúl Ferreira un ayudante del cementerio, quien me contó esta historia, la de Rosa la periodista, y muchas más que intento traer a la memoria, como la de los cuatro hermanos, cuatro perros que llevó allí un mismo señor para ser enterrados, caso curioso y único en el cementerio, pues se cumplió un entierro por año. El primero en llegar fue Diablito el 8 de junio de 2006; Gamincito el 21 de enero de 2007; Muñeca el 3 de septiembre de 2008,; y por último Bambam en junio 14 de 2009. Fueron cuatro golpes para el dueño anónimo. Raúl no recordaba su nombre. Anónimo quien desde un inicio aparto los cuatro cupos en el lote para que todos sus hijos siguieran juntos. Y para sus sepulcros instaló una estatua de perro que hace las veces de vigilante de las cuatro tumbas.



Los remolinos se movían incesantemente cumpliendo fielmente su misión de dejarse llevar por el viento, algunos sonajeros apenas susurraban su bulla movidos por el mismo viento de los remolinos, muchas pelotas de colores, algunas blandas otras duras, algunas dañadas, algunas conservadas, algunas que al espicharse suenan, y otras que al espicharse escurrían agua helada. Otras ,pero no muchas, tumbas estaban decoradas con figuras esculpidas en mármol a imagen y semejanza de los ocupantes de aquellos mausoleos, tan bien hechos que podría creerse que en cualquier momento saldrían tras una pelota de goma, o a jugar y revolcarse con otros animales, o a olfatear el suelo, o salir corriendo al encuentro emotivo nuevamente con su amo, para ir en busca de nuevas aventuras y experiencias llenas de alegría, que al final se trasforman en recuerdos dolorosos provocando en los ojos de los dueños una cascada de lágrimas.


Funeravet es el lugar donde nos encontramos, es el cementerio de mascotas, funcionando desde el año 2001 y ubicado a kilómetro y medio del municipio de La Calera, a sólo nueve kilómetros de Bogotá, que oscila entre los 2600 y 3000 metros sobre el nivel del mar, con doscientos cuarenta años encima, y con más de 23.308 habitantes menos uno, uno que era directo de mi familia y que dejo allí una historia aún recordada vagamente en el pueblo, mi tio-padrino Rafael Rodríguez, quien era párroco en La Calera y en el año 2005 desapareció sin dejar rastro. A este pueblo volvíamos con mi familia llenos de sentimientos encontrados, pues cuando Rafael se encontraba allá, viajábamos cada ocho días a estar en su  misa y a pasar el tiempo con él, pero esta vez los motivos eran diferentes: uno de ellos era la experiencia de visitar este particular cementerio y la otra razón era que aprovechando la celebración del día del amor y la amistad, quisimos compartir un buen almuerzo juntos en algún restaurante del pueblo. Como por salir de la rutina.

El cementerio se encuentra muy bien organizado, nada más con un leve vistazo se alcanza a divisar la totalidad del terreno y la totalidad de las tumbas que alcanzan una tercera parte del total del campo santo. Es un lote de 250 metros cuadrados en que están durmiendo eternamente en camas de un metro de profundo, alrededor de mil almas de animales que han abandonado este mundo y que han llegado hasta aquí para recibir un último adiós y un lugar digno de sus restos, en el cual son merecedores de una velación, de un sepulcro único para cada uno, un lugar especifico en el que pueden ser visitados y recordados como normalmente pasa con los cementerios de humanos, así es este lugar, una viva imagen de un cementerio de humanos, pero pensado para, los hijos, los amigos, los familiares, los amores, sostenidos alguna vez en cuatro patas.

Rosa una perra de raza, que comúnmente decimos los colombianos “criolla”, tierna, atenta, que le gustaba estar metiéndose en todo, mientras su amo se disponía a leer o a escribir ella aparecía para observarlo muy de cerca, a veces aparecía trepándose por todos lados y obstaculizando la vista de su dueño, como queriendo saber que era lo que se ponía a hacer. Cuando él iba al baño tenía que hacerlo con cierto sigilo para poder encerrarse evitando que Rosa corriera a incomodarlo en ese momento. Juan Martínez era el dueño de Rosa, y él es periodista, por eso decía que Rosa era periodista también, debido a ese espíritu que tenía de estarce metiendo en todo lado, averiguándolo todo, siguiendo cada rastro, cada ruido, cada olor.

No solo ex-compañeros de cuatro patas se enterraban en aquel lugar, también animales de dos patas, y algunos de ninguna, esta parte del cementerio la vi mientras caminaba con Raúl p y en algún momento, mientras me contaba la parte de su vida en la que se dedicaba a incinerar los perros callejeros, me señalo un costado en el que estaban: Pelusa, Copito, Piti, Baster. Más directamente una gata, un conejo, un toche, y un pez. Mascotas que, como los perros, fueron la compañía de algún ser humano para el que significaron más que un animal, era un amigo, era un familiar, que bien fuera con sus cuatro patas brindaba un abrazo en el momento indicado, con su espalda siempre disponible para ser acariciado y tranquilizar como lo hacen las pelotas anti estrés, esas que se pueden espichar y vuelven a su forma, o que con sus cantos te llenan de alegría la vida, o te distraen e hipnotizan con su armonioso modo de nadar entre una esfera de cristal.

Son muchas las experiencias que se tiene al pasar por cada una de las tumbas, la imaginación vuela tratando de entender y representar las palabras plasmadas en cada epitafio de estos seres, llenas de un amor sincero e inmenso. O, detenerse a mirar que si bien las mascotas no fueron famosas, sus nombres sí, como Beethoven, Rihanna, Fergie, Pluto, o Shakira; otros muy humanos, Mateo, Simón, Darío; Unos muy perrunos Sasha, Kaiser, Motas, o Perritina; unos simplemente Bebe y otros como parte de una buena receta necesaria en la vida, Tomillo.


La familia de Coby se iba alejando de la tumba, dando vistazos hacía atrás como queriendo no dejarlo ahí sepultado, o mejor, como no creyendo que su compañero fiel esta vez no iba a correr detrás de ellos, para alcanzarlos y volver a casa, como si solo se tratara de un paseo más de los que acostumbraban hacer.



También yo me retiraba de este particular lugar, lleno de emociones que realizan parábolas entre la sonrisa y las lágrimas que seguían cayendo como la lluvia de esa tarde, cuando las personas recordaban los momentos vividos con estos seres casi humanos, que se despedían de carne y hueso, pero con sus recuerdos vivos en aquel cementerio.  









jueves, 5 de septiembre de 2013


PARADOJA DE UNA MALA MEMORIA

Era 16 de Febrero de 2013, ese día no desayuné porque me levanté tarde, así que el desayuno que dejó listo mi madre se convirtió en almuerzo. Luego de almorzar me alisté, salí, no sin antes despedirme de mi madre, y posteriormente de mi padre quien se encontraba en el parqueadero alistando el carro para hacer un viaje turístico a Villavicencio, uno que yo quería hacer por falta de dinero pero que no pude hacer por falta de tiempo.

Me encontraba ya en el Transmilenio rumbo a la estación del Museo del Oro y mientras tanto no se me ocurría nada para mi trabajo de la universidad. Recibí una llamada de Diego, un compañero de universidad, le dije que llegaba en 5 minutos, pero aún estaba a dos estaciones y un trasbordo de llegar al sitio, le mentí, pero quien no lo hace en esos casos de tráfico pesado, lo malo era lo que rompía, una de las promesas que me había hecho para este año, ser más puntual. Nos encontraríamos con Diego para caminar desde allí hasta la Biblioteca Luis Ángel Arengó para ver una exposición sobre LOS NIÑOS QUE FUIMOS: HUELLAS DE LA INFANCIA EN COLOMBIA, exposición de la cual tenía que hacer un trabajo para la materia de Comunicación Cultural en la universidad, pero para el cual no se me ocurría nada aun sabiendo que el trabajo no era complejo.

Ya en el museo, había en la pared una línea de tiempo que venía desde el colonialismo, pasando por el siglo XIX y llegando a mediados del siglo XX en la cual narraba hechos como el nacimiento de Rafael Pombo, escritor dedicado a la literatura para niños, la fundación del primer preescolar, cosa que yo no hice porque mi estudio inicio desde el grado transición; hechos más dramáticos aparecían en aquella línea como La Guerra De Los Mil Días donde había gran participación por parte de niños; o el dato de 1919 cuando se estableció que la edad mínima para trabajar era de 14 años según la OIT(Organización Internacional Del Trabajo); otro dato se plasmó en aquella línea y decía: “en 1959 se hizo la Declaración Universal De Los Derechos Del Niño”; o que en 1968 se fundó el Instituto Colombiano De Bienestar Familiar (ICBF), del cual recuerdo claramente, como seguro muchísima otra gente, que me sabía la canción y la cantaba cuando niño. Pero nada de eso me ayudaba a pensar algo bueno, no llamativo, no fantasioso, no reforzado, sino algo normal, natural, sencillo, algo bueno para mi trabajo de la universidad. Antes de seguir leyendo aquellas paredes, llegó la señorita que iba a ser guía en el recorrido de la exposición, no recuerdo su nombre, pero tenía ojos bonitos color miel y a mi concepto una risa linda, y una sonrisa excelente.

En la primera sala nos mostró la parte Prehispánica, donde sobre todo se observaban varios artículos artesanales elaborados en barro, lo cual me recordó a mi abuelita, una mujer que trabajo en artesanías en su pueblo natal Ráquira (Boyacá), mujer la cual no quise mucho cuando niño, pero que cuando murió y ya estaba yo más grande la quise, la quise mucho sin tenerla, porque entendí todo lo que hizo por mi y que no le agradecí. Esa es la contradicción más grande de mi infancia y de mi vida hasta ahora.

Cuando llegamos a una sala de la cual no recuerdo el número, pero sí recuerdo que la temática era de la violencia y los niños, no confundir con violencia contra los niños, era una sala que exponía armas viejas, unas de juguete, otras de las que hacen Boom de verdad , y trataban temas del reclutamiento de niños a la guerra, trayendo a mi cabeza dos cosas: la primera y la más esporádica era que de niño quería ser policía o piloto de la fuerza aérea, pero pase rápidamente de ese pensamiento, ya que hoy agradezco no haber sido ninguno; y el segundo me llevó a pensar, por la parte del reclutamiento, en un documental Español de la cadena de televisión Cuatro del programa televisivo Rec Reporteros Cuatro, quienes hacen documentales, esa vez uno sobre los niños sicarios en Medellín, quienes cargan armas y matan ya a los 12 años según el documental. Yo a más o menos los 14 cargue navaja porque algunos amigos también cargaban, y como ellos, yo no quería dejármela montar de nadie, la navaja era de puro acero, duró en mis bolsillos apenas cerca de 15 días; tenía medio que los policías me la encontraran y le dijeran a mis padres. Hasta ahora la navaja sigue en la caja de herramienta. Pensaba contarle a la guía lo de los niños sicarios pero como me pareció bonita no fui capaz de hablarle y recordé el significado de la palabra infancia, según la exposición, que proviene del latín Infans, “el que no tiene habla”; nunca de niño y aún todavía, me cuesta hablar en público, me es más fácil hacer comentarios chistosos que hablar seriamente. Así que no dije a la dama bonita nada, como lo hice con otras mujeres cuando tenía 4, o 8, o 16, o 22. 

Pasamos a una sala que poco y nada me importó, más que la frase en la pared "ángel de mi guarda, mi dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día, hasta que me pongas en paz y alegría, con todos los santos, Jesús, José y María" una oración católica que me gusta, y que  de niño siempre, cada noche, recitaba antes de dormir. Eso antes de ver a las religiones cómo una empresa, bueno pues deje de creer en ellas, pero aún así en ese momento, por costumbre, pensaba “Dios” mío que hago para mi trabajo de la universidad. Y sí, también me fije que antes la educación era, y bueno aún es, influenciada por la religión, y hasta allí me interesé.

Cuando llegamos a la última sala era claro que trataba el tema de la educación, se veía el pupitre, el ábaco, los colores, la lonchera de metal que por cierto le comente a Diego que de niño heredé una así de mi padre. No me creyó. Le mentí nuevamente, esta vez solo en “juego". Conocí que el primer cuaderno era una cajita de arena, luego pequeñas pizarras que se borraban con la lengua para poder volver a escribir sobre ellas, y de ahí el cuaderno tal y cómo lo conocemos; vi un mensaje que me acordó de Francisco Santos (el Ex vicepresidente) quien dijo que a los estudiantes debían darles choques eléctricos para controlarlos, decía mas o menos así aquella frase: “el que ama a su hijo le hace sentir a menudo el azote o castigo, para hallar en él al fin su consuelo. ¿Tienes hijos? Adoctrínalos y dómalos desde su niñez.”; vi unas rimas infantiles como, sana que sana patitas de rana sino sanas hoy sanarás mañana, que me recordaron mi época de crio en el colegio cuando no me importaba más que jugar, y desde allí vino un recuerdo traumático, ya no triste, pero que sí recuerdo mucho, y era ese primer día de mi vida en que madrugué, me puse un pantalón gris talla 6, los zapatos negros, la camisa blanca, el buso azul oscuro, y la pequeña corbata negra que era lo único que no me gustaba ponerme.

Como todo niño iba feliz para el colegio de la mano de mi madre, hasta que tuve que apartarme de ella, y seguramente lloré, no lo recuerdo, pero seguramente sí porque siempre fui un llorón, de ahí no tengo más que vagos recuerdos de ese día, en que conocí el colegio, compañeros y la profesora Nubia, la recuerdo porque siempre estudie en el Miguel Ángel Asturias y ella siempre trabajo allí, mi próximo recuerdo del día es hasta que “llegó la hora” nos dijeron , todos nos formamos en el patio que era más un callejón que tenía el colegio provisionalmente, los niños empezaron a irse uno por uno, era la hora de salida, mientras yo seguía con la mirada alta esperando a que llegará mi madre. Quede sólo sentado en el andén del callejón, la profe estaba allí esperando conmigo hablándome para distraerme, me preguntaba donde quedaba mi casa y yo le decía que subía por aquí, y volteaba por allá, y seguía derecho por allí y que luego no me acordaba, pero igual me sentía sólo, porque ningún niño a la salida de su primer día de colegio quiere estar solo con su profesora y sin más niños.

No sé sí por una llamada, no sé si por instinto, no sé si se dio cuenta que le hacía falta algo, pero mi madre llegó una hora tarde, una hora que nunca iba a olvidar. Pero una hora que me iba a ayudar a hacer mi trabajo de Periodismo Cultural sobre un hecho de mi infancia que me hubiera marcado, algo sencillo, nada fantasioso, muy corto, uno que recuerdo vagamente pero que no se me olvida; “Nunca tuve buena memoria, siempre padecí esa desventaja; pero tal vez sea una forma de recordar únicamente lo que debe ser, quizá lo más grande que nos ha sucedido en la vida, lo que tiene algún significado profundo, lo que ha sido decisivo- para bien y para mal-“ son palabras de Ernesto Sábato que tomo para justificar el hecho de recordar ese momento tan distante. Un recuerdo que mi poca buena memoria sí recuerda, eso significó al final sin darme cuenta, que mi trabajo estaba hecho.


Fin

martes, 30 de julio de 2013

RÉQUIEM A LA MEMORIA DE UN PAÍS



Hoy las páginas de los periódicos y diferentes medios, se enfocan en mostrar los resultados de la fecha del fútbol en el país, datos que seguro muchos recordaran, por la misma incidencia con que los medios los mencionan, que si ganó, que si perdió, que si fue un golazo, que si no lo hizo. Sí muchos recordaran eso. 




Pero cuántos recordarán una cifra triste que deja esta fecha futbolera: 1 MUERTO a puñaladas. Nos hemos convertido en un país indolente, un país que ha sufrido tanto todos los días, un país que a diario escucha de muerte, desplazamiento, robos, corrupción, escuchamos tanto de eso que se vuelve paisaje, del cual en nuestra memoria muere la carga de dolor que lleva. Le prestamos más atención al 1-0 de un partido que al resultado del 1 La Muerte – 0 La Vida. Y, ligo la muerte de la memoria del país con otro hecho: El Gran Colombiano es ¿Uribe?, el fin de semana fue escogido éste señor para darle semejante título. Me sentí tan avergonzado, tan decepcionado. 




Cómo va a ser escogido un señor vinculado con falsos positivos, y con tanta agua sucia corriendo por debajo suyo, un tipo que como ley tiene DAR BALA y que cree que la solución contra la guerrilla es matarlos a todos, matar a seres humanos. Así, qué diferencia existe entre él y cualquier otro subversivo.




Cómo se nos va a olvidar que estaban nominados personajes como Jaime Garzón, quien siempre trato de abrirle los ojos a un pueblo que es vendado por el poder económico y político, y peor aún, cómo va a estar Uribe por encima de Gabriel José de la Concordia García Márquez-¡¡¡PREMIO NOBEL de LITERATURA!!! Un hombre que es orgullo en el arte que tanto le falta a esta nación ¿No merecía más cualquiera de ellos ese título de Gran Colombiano?




A veces quisiera ser indolente como muchos, o perder la memoria como otros, pero siempre prefiero recuperar la utopía, haciendo caso al concejo de Mario Benedetti, creyendo que un día las cosas no serán así, haciendo para que un día las cosas no sean así, y entonces el réquiem a la memoria muerta de este país que somos, deje de sonar.