viernes, 10 de enero de 2014

EL TAMAÑO SÍ IMPORTA


Al ver la cartelera la decisión fue ver la película En La Cocina, al entrar tomar asiento y trascurridos dos minutos sin mayor argumento los protagonistas empezaron con un acto sexual que se prolongó, entre pocos tiempos interrumpidos, hasta el final de la película. Fue lo que esperaba, pues qué más se puede pedir de un cine XXX.

Es un tabú, aún en el siglo XXI, hablar de temas sexuales abiertamente en una sociedad de gran parte conservadora como en la que vivimos, pero la verdad es que estamos llenos de vetos y a la misma hora existen las cosas de un mundo de "pecados" que vive entre nosotros.

Se llama Esmeralda Pussycat y es el cine, que sin cara de cine, vive en Bogotá hace más de 30 años. Uno no se da cuenta que es una sala de pornografía hasta que al entrar, con algo de vergüenza, provocada por las miradas juzgantes de la gente que observa desde lejos quién entrar allí, se ve una sensual gata algo antropomorfa con un cigarrillo en la pata invitando a mirar con que se puede encontrar al seguir por ese pasillo de carteleras eróticas y publicidad de productos relacionados con el mismo tema.

Al preguntar en la taquilla, a la que nadie más hacía fila, por el costo de la boleta, la señorita respondió: “vale 7.000 pesos y puede quedarse el tiempo que quiera”. Al pagar y seguir por la puerta principal, con curiosidad se puede observar una tienda de golosinas al lado derecho, pero ¿qué ganas pueden dar de comer papas o Bom Bom Bum a la hora de ver una película porno?

Al llegar a la entrada de la sala hay que hacer uso del tacto para guiarse de hacía a donde avanzar por el pasillo, pues es tan oscuro que apenas se podía ver la silueta de algunas personas que se mantenían paradas cerca a la entrada, la mayoría hombres entre los 40 y 50 años.

Al fin al ser iluminado por la pantalla gigante se pueden identificar en donde están los asientos, miré, inocentemente, si mi boleto tenía algún numero de silla, pero tras revisar bien y ver que los demás dirigirán sus miradas con cara de rareza, se hizo evidente que qué objeto tiene numerar las sillas para una sala porno, no vaya y sea que lo pongan a uno al lado de alguien que va a disfrutar “placenteramente” la película, además, eso ni que se fuera a llenar.

La única luz era la del videobeam que reproducía el filme de mala resolución y de no mejor calidad que los asíentos de madera y cuero ya desgastado, de color rojo, con entrañas de espuma que sale por los múltiples agujeros que el tiempo les ha dejado, además de algunas manchas de las cuales nadie quiere saber su procedencia, pero que se puede deducir, si con echar un vistazo se ven a algunos del público masturbarse durante el rodaje de la película. En medio de todo, la silla resultó hasta cómoda.

Transcurría entonces la película y la preocupación era más por mirar cuál era la actitud de las personas, pero entre tanta oscuridad era difícil poder detallar, la decisión entonces fue cambiar de puesto y caminando hacia el frente de la pantalla, por un pasillo de piso alfombrado algo pegajoso, vi a una pareja, al pasar cerca de ella, que en el mejor de los casos “jugaban”, a imitar las actuaciones de los protagonistas de la escena. La conclusión fue que por los gemidos que cada uno emitía, lo estaban haciendo bien.

Lugares como éste se mantienen gracias al público, que aunque en ese momento no pasaba de las 20 personas, los días como los jueves lo visitan más de 50 parejas de hombre y mujer, o como diría alguna vez la señorita Antioquía hombre con hombre y mujer con mujer también, responsables de mantener vivo el teatro y que pueden por siete mil pesos estar en la sala observando en pantalla gigante, o si lo desean por la módica suma de cinco mil pesos por persona acceder a una de las cabinas que ofrece el teatro, algo angostas, dotadas de viejos televisores Daewoo y sillas Rimax, donde pueden disfrutar en privado de una película que escojan a gusto entre las más de dos mil que se encuentran en el almacén de Roberto, un señor de 50 años que tiene un repertorio, no solo de películas, sino de apuntes y chistes verdes que le ha dejado su labor diaria. Él es el encargado de poner las películas para la sala de cine y atender a las parejas o individuos que quieran estar en la cabina.

Era hora de dar fin a la visita, y al dirigirse a la salida y pasar junto a los baños se puede observar la pintura de una mujer que mantiene las piernas abiertas y con una expresión en el rostro de placer, y para las damas, un John Travolta, como dirían popularmente, bien dotado. De este tipo se encontraban miles de cuadros y pinturas de diferentes poses, así como un Sex Shop en el que se exhiben toda clase de adminículos para el acto sexual, pero principalmente, vibradores que oscilaban entre los cincuenta mil y ciento cincuenta mil pesos, no es que haya preguntado por los precisos, fue un dato espontáneo de la señorita que atendía en la vitrina.


En el instante en que daba media vuelta para salir de aquel curioso teatro al que normalmente se entra con algo de pudor, pero que muchos ven como algo normal, hubo un inesperado choque cuerpo a cuerpo con Jessica, una joven de 26 años, que con esa era la tercera vez que iba a esa sala de cine, pero la primera sin compañía pues por lo general iba con una amiga, y que dijo algo interesante en una de las preguntas hechas, “el tamaño sí importa” respondió, pues para ella “no es lo mismo ver tetas en pantalla chica que en pantalla gigante”. Ella iba para ver mujeres ¿Sorprende no? Para una sociedad llena de tabúes.