jueves, 10 de octubre de 2013


ALMAS DE CUATRO PATAS


En el amor desinteresado de un animal, en el sacrificio de sí mismo, hay algo que llega directamente al corazón del que con frecuencia ha tenido ocasión de comprobar la amistad mezquina y la frágil fidelidad del Hombre natural.

Edgar Allan Poe.


Cuando le dijeron a Don Alejandro Riaño y a su familia, que los iban a dejar dos minutos solos para que hablaran en privacidad, él soltando varias lagrimas llenas de sentimiento y dolor respondió: “No mejor hágalo ya” y se dio vuelta soltando nuevas gotas que brotaban de sus ojos con un triste semblante. Mi madre Betty, quien era testigo del hecho, conmovida por el llanto de Alejandro derramo algunas lágrimas también.

El día era bastante frío, el cielo vestido con un manto gris sobre todo el firmamento, el pasto bastante húmedo acompañado de tierra fangosa, un aire con olor a tristeza y a campo, provocaban que la imagen se hiciera más melancólica. Llegó un visitante, que a diferencia de todos los que nos encontrábamos allí,  se veía mucho más feliz, sin importar que estuviera embarrado se movía de lado a lado, hasta que llegó a donde yo me encontraba, me miro de arriba abajo, me dio vueltas como buscando cualquier cosa que pareciera sospechosa, me olfateo, tuve que quitarme para que no me ensuciara, y hasta me ladró, era “Negro” uno de los perros que cuidaba aquel lugar.

Paladas de tierra comenzaron a caer sobre el ataúd de Coby Riaño, esta era la razón del llanto de Alejandro y doña Irma (su esposa), sus pelos ya pintaban algunas canas, como lo dice el famoso cantautor mexicano Vicente Fernández, ambos, calculo yo, de unos 60 años más o menos, distanciados en aquel momento, pero unidos por un mismo sufrimiento, la muerte de Coby, su hijito, quien un día inesperadamente no volvió a levantarse de su cama, ni siquiera, volvió a abrir los ojos. En frente de la tumba de Coby se encontraba otra también muy reciente, apenas un día atrás el 15 de septiembre del 2012, y respondía al nombre de Mateo Sánchez. Vi también las tumbas de Ruffito Vanegas Torres, muerto el 10 de abril de 2010, la de Nácar Castro Gómez muerto el 7 de noviembre del 2010. Estas y todas las demás tumbas muy bien cuidadas recordadas y adornadas en esos pequeños espacios  de 60 centímetros por 60 centímetros, aunque  existían otras más grandes, como la de Plutto, o la de Bebé, o la de bethoven, decoradas casi todas con remolinos de viento, pelotas, peluches, o huesos de juguete, como en la tumba de káiser el pastor alemán. Pues este no era un cementerio normal, de humanos no era, este era un cementerio de almas de cuatro patas, un cementerio de mascotas.    

Los primeros en habitar en Funevaret son insólitamente dos extranjeros: uno ecuatoriano y uno peruano, aunque bueno los extranjeros no eran precisamente ellos sino sus dueños, así me lo explicó Raúl Ferreira un ayudante del cementerio, quien me contó esta historia, la de Rosa la periodista, y muchas más que intento traer a la memoria, como la de los cuatro hermanos, cuatro perros que llevó allí un mismo señor para ser enterrados, caso curioso y único en el cementerio, pues se cumplió un entierro por año. El primero en llegar fue Diablito el 8 de junio de 2006; Gamincito el 21 de enero de 2007; Muñeca el 3 de septiembre de 2008,; y por último Bambam en junio 14 de 2009. Fueron cuatro golpes para el dueño anónimo. Raúl no recordaba su nombre. Anónimo quien desde un inicio aparto los cuatro cupos en el lote para que todos sus hijos siguieran juntos. Y para sus sepulcros instaló una estatua de perro que hace las veces de vigilante de las cuatro tumbas.



Los remolinos se movían incesantemente cumpliendo fielmente su misión de dejarse llevar por el viento, algunos sonajeros apenas susurraban su bulla movidos por el mismo viento de los remolinos, muchas pelotas de colores, algunas blandas otras duras, algunas dañadas, algunas conservadas, algunas que al espicharse suenan, y otras que al espicharse escurrían agua helada. Otras ,pero no muchas, tumbas estaban decoradas con figuras esculpidas en mármol a imagen y semejanza de los ocupantes de aquellos mausoleos, tan bien hechos que podría creerse que en cualquier momento saldrían tras una pelota de goma, o a jugar y revolcarse con otros animales, o a olfatear el suelo, o salir corriendo al encuentro emotivo nuevamente con su amo, para ir en busca de nuevas aventuras y experiencias llenas de alegría, que al final se trasforman en recuerdos dolorosos provocando en los ojos de los dueños una cascada de lágrimas.


Funeravet es el lugar donde nos encontramos, es el cementerio de mascotas, funcionando desde el año 2001 y ubicado a kilómetro y medio del municipio de La Calera, a sólo nueve kilómetros de Bogotá, que oscila entre los 2600 y 3000 metros sobre el nivel del mar, con doscientos cuarenta años encima, y con más de 23.308 habitantes menos uno, uno que era directo de mi familia y que dejo allí una historia aún recordada vagamente en el pueblo, mi tio-padrino Rafael Rodríguez, quien era párroco en La Calera y en el año 2005 desapareció sin dejar rastro. A este pueblo volvíamos con mi familia llenos de sentimientos encontrados, pues cuando Rafael se encontraba allá, viajábamos cada ocho días a estar en su  misa y a pasar el tiempo con él, pero esta vez los motivos eran diferentes: uno de ellos era la experiencia de visitar este particular cementerio y la otra razón era que aprovechando la celebración del día del amor y la amistad, quisimos compartir un buen almuerzo juntos en algún restaurante del pueblo. Como por salir de la rutina.

El cementerio se encuentra muy bien organizado, nada más con un leve vistazo se alcanza a divisar la totalidad del terreno y la totalidad de las tumbas que alcanzan una tercera parte del total del campo santo. Es un lote de 250 metros cuadrados en que están durmiendo eternamente en camas de un metro de profundo, alrededor de mil almas de animales que han abandonado este mundo y que han llegado hasta aquí para recibir un último adiós y un lugar digno de sus restos, en el cual son merecedores de una velación, de un sepulcro único para cada uno, un lugar especifico en el que pueden ser visitados y recordados como normalmente pasa con los cementerios de humanos, así es este lugar, una viva imagen de un cementerio de humanos, pero pensado para, los hijos, los amigos, los familiares, los amores, sostenidos alguna vez en cuatro patas.

Rosa una perra de raza, que comúnmente decimos los colombianos “criolla”, tierna, atenta, que le gustaba estar metiéndose en todo, mientras su amo se disponía a leer o a escribir ella aparecía para observarlo muy de cerca, a veces aparecía trepándose por todos lados y obstaculizando la vista de su dueño, como queriendo saber que era lo que se ponía a hacer. Cuando él iba al baño tenía que hacerlo con cierto sigilo para poder encerrarse evitando que Rosa corriera a incomodarlo en ese momento. Juan Martínez era el dueño de Rosa, y él es periodista, por eso decía que Rosa era periodista también, debido a ese espíritu que tenía de estarce metiendo en todo lado, averiguándolo todo, siguiendo cada rastro, cada ruido, cada olor.

No solo ex-compañeros de cuatro patas se enterraban en aquel lugar, también animales de dos patas, y algunos de ninguna, esta parte del cementerio la vi mientras caminaba con Raúl p y en algún momento, mientras me contaba la parte de su vida en la que se dedicaba a incinerar los perros callejeros, me señalo un costado en el que estaban: Pelusa, Copito, Piti, Baster. Más directamente una gata, un conejo, un toche, y un pez. Mascotas que, como los perros, fueron la compañía de algún ser humano para el que significaron más que un animal, era un amigo, era un familiar, que bien fuera con sus cuatro patas brindaba un abrazo en el momento indicado, con su espalda siempre disponible para ser acariciado y tranquilizar como lo hacen las pelotas anti estrés, esas que se pueden espichar y vuelven a su forma, o que con sus cantos te llenan de alegría la vida, o te distraen e hipnotizan con su armonioso modo de nadar entre una esfera de cristal.

Son muchas las experiencias que se tiene al pasar por cada una de las tumbas, la imaginación vuela tratando de entender y representar las palabras plasmadas en cada epitafio de estos seres, llenas de un amor sincero e inmenso. O, detenerse a mirar que si bien las mascotas no fueron famosas, sus nombres sí, como Beethoven, Rihanna, Fergie, Pluto, o Shakira; otros muy humanos, Mateo, Simón, Darío; Unos muy perrunos Sasha, Kaiser, Motas, o Perritina; unos simplemente Bebe y otros como parte de una buena receta necesaria en la vida, Tomillo.


La familia de Coby se iba alejando de la tumba, dando vistazos hacía atrás como queriendo no dejarlo ahí sepultado, o mejor, como no creyendo que su compañero fiel esta vez no iba a correr detrás de ellos, para alcanzarlos y volver a casa, como si solo se tratara de un paseo más de los que acostumbraban hacer.



También yo me retiraba de este particular lugar, lleno de emociones que realizan parábolas entre la sonrisa y las lágrimas que seguían cayendo como la lluvia de esa tarde, cuando las personas recordaban los momentos vividos con estos seres casi humanos, que se despedían de carne y hueso, pero con sus recuerdos vivos en aquel cementerio.