PARADOJA DE UNA MALA MEMORIA
Era 16 de Febrero de 2013, ese día no desayuné porque me
levanté tarde, así que el desayuno que dejó listo mi madre se convirtió en
almuerzo. Luego de almorzar me alisté, salí, no sin antes despedirme de mi madre,
y posteriormente de mi padre quien se encontraba en el parqueadero alistando el
carro para hacer un viaje turístico a Villavicencio, uno que yo quería hacer por
falta de dinero pero que no pude hacer por falta de tiempo.
Me encontraba ya en el Transmilenio rumbo a la estación
del Museo del Oro y mientras tanto no se me ocurría nada para mi trabajo de la
universidad. Recibí una llamada de Diego, un compañero de universidad, le dije que llegaba en 5 minutos,
pero aún estaba a dos estaciones y un trasbordo de llegar al sitio, le mentí,
pero quien no lo hace en esos casos de tráfico pesado, lo malo era lo que rompía, una de las
promesas que me había hecho para este año, ser más puntual. Nos encontraríamos
con Diego para caminar desde allí hasta la Biblioteca Luis Ángel Arengó para
ver una exposición sobre LOS NIÑOS QUE FUIMOS: HUELLAS DE LA INFANCIA EN
COLOMBIA, exposición de la cual tenía que hacer un trabajo para la materia de Comunicación
Cultural en la universidad, pero para el cual no se me ocurría nada aun
sabiendo que el trabajo no era complejo.
Ya en el museo, había en la pared una línea de tiempo que
venía desde el colonialismo, pasando por el siglo XIX y llegando a mediados del
siglo XX en la cual narraba hechos como el nacimiento de Rafael Pombo, escritor
dedicado a la literatura para niños, la fundación del primer preescolar, cosa
que yo no hice porque mi estudio inicio desde el grado transición; hechos más
dramáticos aparecían en aquella línea como La Guerra De Los Mil Días donde
había gran participación por parte de niños; o el dato de 1919 cuando se estableció
que la edad mínima para trabajar era de 14 años según la OIT(Organización
Internacional Del Trabajo); otro dato se plasmó en aquella línea y decía: “en
1959 se hizo la Declaración Universal De Los Derechos Del Niño”; o que en 1968
se fundó el Instituto Colombiano De Bienestar Familiar (ICBF), del cual
recuerdo claramente, como seguro muchísima otra gente, que me sabía la canción
y la cantaba cuando niño. Pero nada de eso me ayudaba a pensar algo bueno, no
llamativo, no fantasioso, no reforzado, sino algo normal, natural, sencillo,
algo bueno para mi trabajo de la universidad. Antes de seguir leyendo aquellas
paredes, llegó la señorita que iba a ser guía en el recorrido de la exposición,
no recuerdo su nombre, pero tenía ojos bonitos color miel y a mi concepto una risa
linda, y una sonrisa excelente.
En la primera sala nos mostró la parte Prehispánica,
donde sobre todo se observaban varios artículos artesanales elaborados en
barro, lo cual me recordó a mi abuelita, una mujer que trabajo en artesanías en
su pueblo natal Ráquira (Boyacá), mujer la cual no quise mucho cuando niño,
pero que cuando murió y ya estaba yo más grande la quise, la quise mucho sin
tenerla, porque entendí todo lo que hizo por mi y que no le agradecí. Esa es la
contradicción más grande de mi infancia y de mi vida hasta ahora.
Cuando llegamos a una sala de la cual no recuerdo el
número, pero sí recuerdo que la temática era de la violencia y los niños, no
confundir con violencia contra los niños, era una sala que exponía armas viejas,
unas de juguete, otras de las que hacen Boom de verdad , y trataban temas del
reclutamiento de niños a la guerra, trayendo a mi cabeza dos cosas: la primera
y la más esporádica era que de niño quería ser policía o piloto de la fuerza
aérea, pero pase rápidamente de ese pensamiento, ya que hoy agradezco no haber
sido ninguno; y el segundo me llevó a pensar, por la parte del reclutamiento,
en un documental Español de la cadena de televisión Cuatro del programa
televisivo Rec Reporteros Cuatro, quienes hacen documentales, esa vez uno sobre
los niños sicarios en Medellín, quienes cargan armas y matan ya a los 12 años
según el documental. Yo a más o menos los 14 cargue navaja porque algunos
amigos también cargaban, y como ellos, yo no quería dejármela montar de nadie,
la navaja era de puro acero, duró en mis bolsillos apenas cerca de 15 días;
tenía medio que los policías me la encontraran y le dijeran a mis padres. Hasta
ahora la navaja sigue en la caja de herramienta. Pensaba contarle a la guía lo
de los niños sicarios pero como me pareció bonita no fui capaz de hablarle y
recordé el significado de la palabra infancia, según la exposición, que
proviene del latín Infans, “el que no tiene habla”; nunca de niño y aún todavía,
me cuesta hablar en público, me es más fácil hacer comentarios chistosos que
hablar seriamente. Así que no dije a la dama bonita nada, como lo hice con
otras mujeres cuando tenía 4, o 8, o 16, o 22.
Pasamos a una sala que poco y nada me importó, más que la
frase en la pared "ángel de mi guarda, mi dulce compañía, no me desampares
ni de noche ni de día, hasta que me pongas en paz y alegría, con todos los
santos, Jesús, José y María" una oración católica que me gusta, y que de niño siempre, cada noche, recitaba antes de
dormir. Eso antes de ver a las religiones cómo una empresa, bueno pues deje de
creer en ellas, pero aún así en ese momento, por costumbre, pensaba “Dios” mío
que hago para mi trabajo de la universidad. Y sí, también me fije que antes la
educación era, y bueno aún es, influenciada por la religión, y hasta allí me
interesé.
Cuando llegamos a la última sala era claro que trataba el
tema de la educación, se veía el pupitre, el ábaco, los colores, la lonchera de
metal que por cierto le comente a Diego que de niño heredé una así de mi padre.
No me creyó. Le mentí nuevamente, esta vez solo en “juego". Conocí que el
primer cuaderno era una cajita de arena, luego pequeñas pizarras que se
borraban con la lengua para poder volver a escribir sobre ellas, y de ahí el
cuaderno tal y cómo lo conocemos; vi un mensaje que me acordó de Francisco Santos
(el Ex vicepresidente) quien dijo que a los estudiantes debían darles choques
eléctricos para controlarlos, decía mas o menos así aquella frase: “el que ama
a su hijo le hace sentir a menudo el azote o castigo, para hallar en él al fin
su consuelo. ¿Tienes hijos? Adoctrínalos y dómalos desde su niñez.”; vi unas
rimas infantiles como, sana que sana patitas de rana sino sanas hoy sanarás
mañana, que me recordaron mi época de crio en el colegio cuando no me importaba
más que jugar, y desde allí vino un recuerdo traumático, ya no triste, pero que
sí recuerdo mucho, y era ese primer día de mi vida en que madrugué, me puse un pantalón
gris talla 6, los zapatos negros, la camisa blanca, el buso azul oscuro, y la
pequeña corbata negra que era lo único que no me gustaba ponerme.
Como todo niño iba feliz para el colegio de la mano de mi
madre, hasta que tuve que apartarme de ella, y seguramente lloré, no lo
recuerdo, pero seguramente sí porque siempre fui un llorón, de ahí no tengo más
que vagos recuerdos de ese día, en que conocí el colegio, compañeros y la
profesora Nubia, la recuerdo porque siempre estudie en el Miguel Ángel Asturias
y ella siempre trabajo allí, mi próximo recuerdo del día es hasta que “llegó la
hora” nos dijeron , todos nos formamos en el patio que era más un callejón que
tenía el colegio provisionalmente, los niños empezaron a irse uno por uno, era
la hora de salida, mientras yo seguía con la mirada alta esperando a que
llegará mi madre. Quede sólo sentado en el andén del callejón, la profe estaba
allí esperando conmigo hablándome para distraerme, me preguntaba donde quedaba
mi casa y yo le decía que subía por aquí, y volteaba por allá, y seguía derecho
por allí y que luego no me acordaba, pero igual me sentía sólo, porque ningún
niño a la salida de su primer día de colegio quiere estar solo con su profesora
y sin más niños.
No sé sí por una llamada, no sé si por instinto, no sé si
se dio cuenta que le hacía falta algo, pero mi madre llegó una hora tarde, una
hora que nunca iba a olvidar. Pero una hora que me iba a ayudar a hacer mi
trabajo de Periodismo Cultural sobre un hecho de mi infancia que me hubiera
marcado, algo sencillo, nada fantasioso, muy corto, uno que recuerdo vagamente
pero que no se me olvida; “Nunca tuve buena memoria, siempre padecí esa
desventaja; pero tal vez sea una forma de recordar únicamente lo que debe ser,
quizá lo más grande que nos ha sucedido en la vida, lo que tiene algún
significado profundo, lo que ha sido decisivo- para bien y para mal-“ son
palabras de Ernesto Sábato que tomo para justificar el hecho de recordar ese
momento tan distante. Un recuerdo que mi poca buena memoria sí recuerda, eso
significó al final sin darme cuenta, que mi trabajo estaba hecho.
Fin